(Aquí un artículo que escribí en septiembre de 2010, con motivo de la otra huelga general)
Los acontecimientos vividos en
torno al día de la Huelga General
del 29-S han suscitados numerosas reacciones desde diversos puntos de vista;
desde las institucionales a las puramente personales de los más directamente
implicados en la movilización.
Siempre que se produce un evento social de esta índole las
partes ejercen el efecto de reacción como respuesta a la acción realizada. Pues
bien, yo no voy a ser menos y me lanzo, a sabiendas de que mi opinión y forma
de ver las cosas no es la única y por supuesto no pretende sentar cátedra, que
para eso doctores tiene la
Iglesia entre analistas políticos, sociólogos y
politólogos.
A mi
preocupa la actitud que toma la masa en diferentes momentos de la historia.
Como historiador sé bien el papel que juegan los procesos ideológicos cuando
después de un ciclo de larga duración se consolidan determinadas formas de
pensar en detrimento de otras anteriores o fusionadas con ellas, resultando un
nuevo producto que mediatiza las corrientes de opinión.
En la España del 2010 estamos
asistiendo al desgaste de las estructuras ideológicas, educativas, y formativas
amen de las económicas, que a mi no me corresponde analizar. Pero esta
evolución que en otras circunstancias se podría considerar como normal, no lo
es tanto cuando hablamos del cuadro de referencia ética y moral que los agentes
del poder económico y político tienen en nuestra sociedad.
Me fijaré para ello en el caso de
Talavera: el ciudadano de la clase media adolece ya de por sí de una implicación
ideológica en la construcción de la colectividad, y el favorecimiento de la res publica. Curiosamente, viviendo de
ella y aprovechándose de los recursos comunitarios que el Estado o las
administraciones proporcionan, a la hora de la verdad el individuo acomodaticio
no genera ni el más mínimo apoyo a las causas que puedan redundar en una mejora
de las condiciones sociales, laborales, culturales o políticas del ser
colectivo, entendido como los ciudadanos que tampoco tienen ni recursos, ni
derechos, ni deberes, porque simplemente están excluidos del concierto social.
La mentalidad fenicia y capitalista del talaverano medio siempre ha sido
conservadora en el peor sentido de la palabra. Porque no aboga por el cambio de
las estructuras, tan sólo repara o remienda, pero nunca construye para el común
de los convecinos. El sector del comercio es paradigmático de esa mentalidad de
la burguesía local anclada en perfiles ideológicos y prácticos del siglo XIX.
Determinados colectivos de la
ciudad como el de profesionales de la enseñanza y el cultural, además, de los
que cabría esperar una implicación en los procesos de liberación social y
cultural por su condición intelectual son igualmente obtusos, ejerciendo un
absentismo en el noventa por ciento de los casos, y con una falta de presencia
escandalosa, como ya dijo en su momento nuestra amiga y siempre recordada
Mariví Fernández con el artículo de las sillas vacías. ¿Qué futuro se construye
con estos agentes sociales y este potencial humano tan retrógrado? Todavía
estoy esperando ver a los que cantan mucho coger la escoba y barrer el
escenario. Seguiremos hablando…mientras nos dejen.
César Pacheco