martes, 1 de enero de 2013

Poesía del olvido: La lluvia dorada


Descolgado de cornisas prominentes se ve caer un manto de lluvia casi hueca, limpia de oxidaciones pero opaca en sus pensamientos. Un anciano que rebusca en la basura del cotillón milenarista ha advertido el fenómeno: se pone a recoger en su profunda bolsa, macerada por la mugre excrementicia, esa agua que hiriente, recorre canales de las arrugas de la ciudad. ¿Qué hace ahora con el líquido tesoro el defenestrado del sistema, ese sospechoso elemento contumaz que ha retado a los señores poderosos por sentirse libre entre cubos de basura?
Un avezado habitante de la calle de la Agonía le observa con detenimiento, y viendo lo irregular de su proceder ha avisado a las autoridades pertinentes: “un hombre harapiento y con una sonrisa en la cara se ha atrevido a mirar hacia el cielo y ha cogido la lluvia dorada de las ilusiones. Y no contento con eso se ha ido cantando mientras se desparramaba por su rostro una gota esmeralda de poesía…Acudan rápidamente, que el sujeto dice que es feliz….”.
Carrozas oscuras con cantos funestos de sirena se han precipitado por la rúa principal de la urbe y han escoltado al canciller de la felonía, al embajador del afilado hacha. Tienen miedo de que algunos harapientos más se entrelacen en sus ruedas de vapor ponzoñoso. Cuando han llegado al lugar una corneja negra estaba disertando sobre el más allá y el pecado mientras horripilantes cabezas ciudadanas se transformaban en etéreos espectros y asentían felices de sus enseñanzas…
Y el cuerpo autoritario ha pesquisado sobre el sujeto… y nadie conocía nada, y nadie sabía nada excepto lo que el Cornejo mayor les aconsejaba. Cuando los guardianes del orden quisieron actuar el ínclito personaje estaba ascendiendo hacia soles multicolores de seda y raso, donde le esperaban con sonrisas y brazos abiertos para recibir el agua sagrada de la utopía.

César Pacheco
Enero 2013