Volver a verte: el teatro desafía a la
vida
En la vacía superficie de un
escenario se colocaba el personaje, hecho persona, como hito referencial en el
que se focalizaban decenas de miradas: curiosas, analíticas, prepotentes, indiferentes,
soñadoras, inocentes, engoladas, comprensivas, amigables, compañeras…Con un
verbo fluido deshacía el discurso de introducción para aviso de navegantes. Y
nosotros, los que estábamos en la cuarta pared, éramos retratos mudos de añosos
figurantes que se adentraron en el recinto mágico del teatro.
Y desde aquel momento el imponente
Jifer nos manejaba como marionetas arrojadas al destino. Ya nadie pudo escapar
de las garras de la emoción contenida, el despliegue de ingenio, la cordura que
da la seguridad de encontrarse en el lado oportuno en ese duelo que se
establece entre personaje y espectador. Los que contemplábamos el ir y el venir
de la colosa de la escena, la AMOR, interaccionando con diálogo fluido con su
hijo, jiferado duende de las tablas, nos sentíamos desarmados ante tanto ataque
de elegancia interpretativa, de tanta belleza compositiva, sazonada de humor y
ternura como pocas veces lo vemos. Y el público lloraba, y reía, y se retorcía
de impotencia ante una muestra gigante de dos titanes en un campo de batalla; dos
titanes que defendían la tenue línea que separa el teatro de la vida.
Y nosotros que nos creíamos dueños
de la nuestra, salimos derrotados, y sólo cuerpos inertes deambulaban del patio
de butacas y los palcos hasta el vomitorium de la plaza. Gestos de victoria
perdida, en un local que la diosa griega de ese nombre nos tendía para su
regocijo. Desde aquel Olimpo en el que las musas y los dioses se divierten, Niké
se retorcía de satisfacción porque sus figuras de teatro habían ganado a los
mortales.
Sí, debo admitirlo, ayer el Teatro
ganó una batalla a la Vida. “Volver a verte” es la metáfora más elocuente que
nos explica en qué consiste esto de vivir, qué significan los lazos
inquebrantables que las almas tenemos unas con otras, el latido inexorable del
pulso vital, la sinuosa sombra de la muerte, la… todo aquello que tengamos que
incluir. Y sólo el teatro, con un escenario apenas esbozado, una actriz y un
actor que rompen marcas y trascienden el manido concepto entre profesional y
aficionado, nos enseña realmente lo que la Vida no se atreve a mostrarnos.
Gracias compañeros por tanta lección, tanto arte, tanta pureza en medio de la
mediocridad.