sábado, 15 de marzo de 2014


Volver a verte: el teatro desafía a la vida

            En la vacía superficie de un escenario se colocaba el personaje, hecho persona, como hito referencial en el que se focalizaban decenas de miradas: curiosas, analíticas, prepotentes, indiferentes, soñadoras, inocentes, engoladas, comprensivas, amigables, compañeras…Con un verbo fluido deshacía el discurso de introducción para aviso de navegantes. Y nosotros, los que estábamos en la cuarta pared, éramos retratos mudos de añosos figurantes que se adentraron en el recinto mágico del teatro.
            Y desde aquel momento el imponente Jifer nos manejaba como marionetas arrojadas al destino. Ya nadie pudo escapar de las garras de la emoción contenida, el despliegue de ingenio, la cordura que da la seguridad de encontrarse en el lado oportuno en ese duelo que se establece entre personaje y espectador. Los que contemplábamos el ir y el venir de la colosa de la escena, la AMOR, interaccionando con diálogo fluido con su hijo, jiferado duende de las tablas, nos sentíamos desarmados ante tanto ataque de elegancia interpretativa, de tanta belleza compositiva, sazonada de humor y ternura como pocas veces lo vemos. Y el público lloraba, y reía, y se retorcía de impotencia ante una muestra gigante de dos titanes en un campo de batalla; dos titanes que defendían la tenue línea que separa el teatro de la vida.
            Y nosotros que nos creíamos dueños de la nuestra, salimos derrotados, y sólo cuerpos inertes deambulaban del patio de butacas y los palcos hasta el vomitorium de la plaza. Gestos de victoria perdida, en un local que la diosa griega de ese nombre nos tendía para su regocijo. Desde aquel Olimpo en el que las musas y los dioses se divierten, Niké se retorcía de satisfacción porque sus figuras de teatro habían ganado a los mortales.
            Sí, debo admitirlo, ayer el Teatro ganó una batalla a la Vida. “Volver a verte” es la metáfora más elocuente que nos explica en qué consiste esto de vivir, qué significan los lazos inquebrantables que las almas tenemos unas con otras, el latido inexorable del pulso vital, la sinuosa sombra de la muerte, la… todo aquello que tengamos que incluir. Y sólo el teatro, con un escenario apenas esbozado, una actriz y un actor que rompen marcas y trascienden el manido concepto entre profesional y aficionado, nos enseña realmente lo que la Vida no se atreve a mostrarnos. Gracias compañeros por tanta lección, tanto arte, tanta pureza en medio de la mediocridad.

 César Pacheco
Marzo 2014