miércoles, 18 de marzo de 2015

EL LOCO DE LA CALLE 


-He encontrado un tesoro! ¡He encontrado un tesoro!- gritaba aquel hombre en medio de la calle, mientras sombras de ciudadanos discurrían en silencio por aceras de manteca y cacahuete. Sólo un gato, sentado plácidamente en la ventana de un tercer piso, lo observaba con estoica indiferencia, ajeno quizá al drama que la ciudad estaba viviendo. Con sus grandes ojos felinos escudriñaba sin mucho más interés a aquella  figura inquieta, desnortada, que corría de un lado para otro, gritando esa frase que él no entendía. El extraño personaje iba cubierto en una funda gris que parecía un abrigo de esos largos que a veces salían en el televisor de su ama; botas raídas por el tiempo y el asfalto, pelo desaliñado y ensortijado con una generosa película de polvo y grasa. Todo ello rezumaba en él simpatía suburbana. 
El felino se acordó de sus años en los suburbios de la Gran Ciudad, cuando se hacía duro buscar entre los cubos de desperdicios del resacón consumista las sobras comestibles, a veces tan indigestas, que un soñoliento empleado de restaurante arrojaba cada atardecer. Cientos de gatos, entonces, salían al rebusco, a participar en esa maravillosa operación para transformar la noche en lugar para los excluidos, para los noctívagos del sistema. Recordaba, ahora, desde su atalaya privilegiada de un gato casero, confortable en su diván, que en cierta ocasión vio a un tipo similar a éste, gritando en plena avenida, húmeda como el sudor de un jornalero, diciendo palabras muy parecidas.  
Un tesoro, ¿qué era un tesoro?. Los viandantes urbanos iban y venían, pero a pesar de lo evidente que era su presencia, en medio de la calzada, pasando los autos por su lado, como máquinas autómatas sin vida ni razón. Toda la maquinaria de la ciudad se movía, bien engrasada, los coches, las gentes, los pájaros, los vientos,... pero nada estaba vivo. Eran figuras muertas, en un patético holograma irreal. Nadie, excepto el gato, reparaba en aquel hombre gritando. Vociferando alto y fuerte que había encontrado un tesoro. En otras circunstancias, la palabra tesoro habría llamado inmediatamente la atención de cuantos pasaran por el lugar. Sólo por la curiosidad de saber si el loco de la calle decía algo de verdad. 
Nadie decía nada, nadie miraba nada, nadie sentía nada. Sólo un gato, sentado en una ventana se preguntaba ¿qué habrá sido de aquellos humanos que tenían ambición, vida y curiosidad? El pobre loco de la avenida cansado ya de gritar lo extraordinario, se limitó a contar pájaros y farolas, y en ese momento todo el mundo volvió su mirada hacia él. Y el viento se hizo eco de sus cuentas y lo prendieron por alterar el orden público. Mientras se lo llevaban a un lugar sin eco, ni palabras, el extraño transeúnte cantaba con voz clara: "Mañana habrá mas de cinco mil pájaros y 300 farolas, vosotros las veréis como yo, pero ninguno tendrá mi tesoro".
El gato se durmió sobre el cojín de conformidades vanas. 

CAESAR
Marzo 2015