RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 2: LETRAS SOBRE BLANCO
Sentía verdadero pánico al blanco. No soportaba hallarse frente a esa superficie inmaculada del papel, porque pensaba que le interrogaba, le exigía un esfuerzo, siempre titánico, de volcar palabras en ese lago albo, en esa especie de purgatorio temporal que va desde la mente al acto físico de escribir. Y sintiendo esto, se le olvidaba que el horror a ese vacío había tomado un nada despreciable cariz de surrealista costumbre.
Las primeras sílabas las oyó del ruiseñor que apoyado en una rama del patio vecino disertaba con melódicos trinos sobre las sinfonías de Mozart. Y su serenata conspicua se derramó por las diferentes calles del vecindario provocando la más sonada aclamación de los mediocres escribanos que también confiaban en ese trino para iniciar sus epístolas sobre los pulcros pliegos de papel. Sólo uno de ellos, que se entretenía en contar libros de sus anaqueles siguió, ignorante del hecho, amasando mentalmente títulos de obras, que, como bibliófilo, engullía con gran deleite. Y pasó la noche, y pasó el día siguiente, y este escribano permanecía inactivo sin poder plasmar una sola letra en aquel pliego retador. Y fue en ese momento justo en el que el último rayo de Sol se desvanece en el horizonte cuando la pluma del artífice se colocó en el tintero y empezó una coreografía acompasada sobre el papel. Componía una hermosa melodía de palabras, palabras y versos que vencieron aquel atávico miedo del autor a la escritura, Y luego, varios libros de los que reposaban prisioneros en sus estantes echaron a volar y su vuelo derramó letras como lágrimas. Y su fértil llanto cubrió la tierra y empapó de sabiduría las raíces de los mortales, que ya nunca volvieron a tener miedo de las letras sobre el blanco mantel.
viernes, 22 de diciembre de 2017
domingo, 10 de diciembre de 2017
RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 1: EL VENDEDOR DE SUEÑOS
Tras las pisadas de una sombra el vendedor de sueños arrimaba
su destartalado carrito junto a farolas de pálida luz. Y esa tenue umbría
formaba universos de coraje para este héroe que proclamaba en esquinas
concurridas “vendo sueños…sueños reales, sueños soñados, sueños utópicos…sueños
del ayer y del ahora…sueños de pompas de jabón, y sueños metálicos como pesas
de hierro… ¿alguien necesita sueños? Hoy estamos de rebaja, dos por uno.
Llévese el sueño y lo paga mañana; y si no le convence no se lo cobramos…”
Todo era un ir y venir de realidades plomizas en las calles
sin color. Humbranos de todas las
estirpes transitaban sin rumbo por canales de comunicación establecidos. Nadie
osó salir de una vía marcada para escuchar al vendedor…nadie oía ni nadie
cantaba. Todos los humbranos iban unidos por cables visibles e invisibles a
pantallas luminosas. Se alimentaban de aquellas superficies virtuales que
tenían atrapados sus ojos, y resplandores de verdes, azules y amarillos
decoraban sus rostros de unánime expresión. Y se movían, se movían sin límite,
sin entorpecerse unos a otros, porque cada uno iba encarrilado en su ranura
vial del cotidiano discurrir. El vendedor de sueños observó, preguntó, indagó y
claudicó… y se dijo a sí mismo, este sueño no lo tenía registrado. Lo pondré en
la carpeta de “pesadillas” y con su maltrecho carrito se deslizó por un tobogán
hasta la próxima realidad.
martes, 3 de octubre de 2017
DEJADME CANTAR LA COMPASIÓN
Yo no soy analista político. Mi
inteligencia de nivel medio no me permite sentar cátedras con sesudos
diagnósticos de psicología social, comportamientos colectivos sociopolíticos,
tendencias de opinión electoral, ni mucho menos tengo todo claro en esta vida.
En este mundo tan complejo y tan diverso, donde la ley de contrarios es patente
en una dialéctica continua, que te obliga a tomar partido por uno de los polos.
En una sociedad multifocal, multicultural, basada en la diversidad ideológica y
referencial, se produce un fenómeno de “fractalización” de la realidad
objetiva, que no llega a ser nunca objetiva porque los agentes que la describen
y los medios que utilizamos para hacerlo están mediatizados por las coordenadas
culturales y sociopolíticas e ideológicas. En una sociedad y un mundo como éste
la posición del corazón parece ridícula. Por ello reivindico el lugar de la
compasión como arma de lucha política. Y no sólo en el aspecto del talante
místico que proclamaba Buda, sino como discurso y herramienta para enfocar los
conflictos que inevitablemente existen cotidianamente, tanto a nivel doméstico como colectivo.
Así pues, en estos días
históricos que estamos viviendo en la piel de toro ibérica han vuelto los
antiguos demonios; una vez más los garrotazos que tan metafórica pero
acertadamente plasmó Goya en uno de sus cuadros negros, se enseñorean en los
campos y ciudades. La cainita tensión no resuelta en este país, estado de
diversas culturas forjadas en procesos lentos y convulsos, tensionados por decisiones
políticas que se apoyan en símbolos e imaginarios colectivos que forman parte
de un universo de mitos, hechos históricos que devinieron en verdades
dogmáticas que se aceptan sin análisis crítico, y toda una serie de elementos
conformadores de dudosa raíz histórica que parecen sostener posicionamientos nacionalistas
de todo tipo. Y es que en España, no sólo en el ámbito político sino en el
religioso, hemos construido una visión del pasado forjada en un fuerte
componente mítico, donde las hagiografías y las leyendas épicas y maravillosas
han tomado el lugar de la veracidad histórica, mucho más anodina, cruel,
compleja y variopinta. Y en ese proceso ha sido fácil componer discursos
manipulables por el poder de turno que utiliza la Historia como recurso de
justificación de su praxis, tanto en el político
como en el religioso. De esto hay muchos ejemplos que no vienen a cuento ahora.
Pero sí impresiona ver cómo conceptos como Patria, Bandera, Constitución,
Democracia, Estado, Territorio, etc., entran en juego en determinados tiempos
de crisis colectiva. Se convierten en huesos que el poder arroja a la jauría
del pueblo para que los muerda y se pelee por ellos.
Me
parece muy loable que los pueblos tengamos señas de identidad comunes que nos
unen como grupo, factores culturales que han contribuido a la creación de un
legado patrimonial impresionante a lo largo de los siglos, tanto de índole
material como inmaterial. Pero no me doblego a aceptar determinadas tradiciones
que se basan en conceptos-símbolos que se han convertido en dogmas
indiscutibles e infalibles del discurso oficial, admitidos por la inmensa
mayoría. Sobre todo porque estos “artefactos ideológicos” se han transformado
en elementos de sometimiento y en armas arrojadizas de combate para la
exclusión.
Así las cosas,
me declaro anarquista compasivo. No
admito banderas, de ningún color ni número de bandas, pues simbolizan lo que
nos convierte en parte de un territorio, alentando odios y exclusiones: como si
una parte de la tierra fuera mejor que la otra, cuando las fronteras no
existen, y sólo existen seres humanos llamados a la unidad dentro de la
diversidad. Lo mismo que en su momento defendí la objeción de conciencia al
militarismo y al uso de las armas, objeto ahora de los sacrosantos símbolos que
llevan al odio y la violencia; objeto al cruel talante del poder de las
derechas o las izquierdas que ponen las ideologías por encima de la humanidad.
No me gusta que me obliguen a posicionarme con discursos llenos de violencia
exclusiva por el hecho de que te consideren de una determinada tendencia
política. Me apena ver una vez más que el único método de solucionar los
problemas sea la fuerza y la sinrazón del garrotazo goyesco. No puedo, no
aguanto, no lo soporto. Ver la imparable tormenta de odios y descalificaciones;
ver las obtusas posiciones a ultranza para defender símbolos que no ayudan a converger
para construir, sino a generar violencias de la eliminación del otro, del
distinto, del situado en la otra parte de la línea “imaginaria” fronteriza.
Sí, me declaro
anarquista compasivo: no quiero que nadie me acoja bajo su bandera coloreada,
ni bajo su poder de crueldad que se apoya en pies de barro del discurso
histórico manipulado y falso; no quiero ser cómplice de las estrategias de
luchas de exclusión. Dejadme creer en la utopía compasiva que abraza, aúna,
comprende, ayuda a crecer en solidario abrazo, como decía aquella canción “con
tu puedo, y mi quiero, vamos juntos compañero”. Así, con la mente abierta a los
tiempos en los que superemos la reducida visión del terruño patrio, (mi pueblo,
mi tierra, mi región, mi nación…). Abiertos de mente y sobre todo de corazón.
Construyendo futuro de mujeres y hombres que construyen su historia a partir de
la Verdad y no de los trampantojos de la Historia. Perdonad mi franqueza, pero
mi compromiso histórico con la Justicia y la Paz pasa por la Compasión y la
poesía.
C.Pacheco
3 octubre 2017
martes, 8 de agosto de 2017
EL POTRI
Nada de lo que aquel pastor contaba me sorprendía. Nada. Y no porque supiera de antemano lo que aquel relato iba a traer de sorprendente, dejándome llevar por las sensaciones más perentorias de un viajero en la montaña. No. A medida que desgranaba su historia, aderezada de palabras recias, palabras fuertes, palabras llenas de viento y lluvia, me acudía como un torrente a la memoria la imagen de aquel Perseo de la pintura, el artista forjado en el arrullo embriagador de la Floresta, en los páramos y marjales, lagunas y elevados picos de accidentado perfil. Era ésa precisamente, y no otra, la inexorable evocación que mi mente de urbanita provinciano se atrevía a dibujar mientras el anciano sabio de las cañadas oscuras se abría en canal con su elocuencia atávica.
Y fue ese pintor de mis recuerdos, Ojea conocido para el vulgo mortal que aquí penamos, el que pronto se encumbró en olímpicos montes de los elegidos. Sólo en el Parnaso de los artistas tienen cabida los genios creadores. Los que toman la realidad como pretexto para escribir versos con pinceles, Ut pictura poesis. Que si la vida eclosionada en un millón de formas tiene un sentido, éste se comprende por la capacidad de observar lo que tenemos. Y Ojea sabía ojear, precisamente, porque su mirada de avezado ornitólogo, le había permitido enfocar sus acuarelas con un objetivo de vida. No eran sus dibujos ni pinturas meras ilustraciones para exornar páginas de libros sobre naturaleza. Cada una de sus obras era un alegato por la belleza de lo creado, la multiforme expresión de la más preciosa de las canciones: la del universo. Así, en un lince, un águila, un petirrojo o en la nutria que plasmaba con sus pinceles se reunía la generosidad con la maestría. Y la refinada técnica del dibujante y pintor se sustraía a la más elevada lección de humildad. Quien aprende a mirar el mundo como un poema, lleva la belleza en su alma.
Ojea, el Potri para los amigos, fue un eremita en medio de las utopías perdidas. Fue un profeta de la natura arcádica, de los paraísos sometidos a la especulación del vil metal. Pero fue ante todo, un honesto defensor de la vida, y hasta en sus últimas vivencias de dolor, la muerte parece que jugó su partida de ajedrez con el caballero. Recuerdo que en los años de jovialidad adolescente compartimos momentos y vivencias, donde siempre se explayaba con irónico gracejo en pos de las luchas por la supervivencia del tan amenazado ecosistema.
No creo que Ojea sea un artista en celestiales instancias que vaya a dejar su vocación. Allí plasmará con su más bello pincel el brillo de estrellas fulgurantes; y una noche, cuando miremos el infinito firmamento, una luz nos guiñará un parpadeo y allí estará el Potri con su mejor sonrisa, esa que siempre tuvo y que ahora nos acompaña. Hasta siempre viejo amigo.
C.P.
Agosto 2017
domingo, 1 de enero de 2017
Maniquíes de fin de
año.
Soñamos todos los fines de año que el nuevo será mejor. Es como esperar a que pase un
tren por un desierto donde no hemos colocado raíles para que pueda circular.
Estamos tan acostumbrados a confiar en los hados para que nos resuelvan las
cosas que hemos perdido capacidad de afrontar con realismo la vida. Ver la vida
con ojos reales no es negar la imaginación ni la intuición, ni mucho menos
desechar la condición espiritual del ser humano. Pero tal y como nos están
tocando la sinfonía en nuestra sociedad capitalista trasnochada, la armonía
brilla por su ausencia. Ya no hay notas que nos lleven a estados de emoción elevados por la belleza de las artes; ya no se
vive la realidad del día consciente de que somos actores de la historia con capacidad
para cambiar nuestros destinos colectivos e individuales. Hemos llegado sin más
a hipotecar nuestro libre albedrío
dejando que los poderes de este mundo actúen por nosotros. Y todo eso
nos parece bien. Porque la violencia, la guerra, la venta de armas, el empobrecimiento
de los excluidos y de los trabajadores, el rechazo de los exiliados y refugiados
por causas de la ambición y la
intolerancia, por la hipocresía de las potencias de occidente que se lamentan
de las guerras latentes o explícitas de carácter regional mientras las
multinacionales que apoyan a esos gobiernos del euro, del dólar o la libra venden
esas armas y hacen pingües fortunas a costa de la sangre y la vida de cientos
de miles de personas, que son nada, sólo cifras en telediarios. Por lo que no
se guardan minutos de silencio, ni nos echamos las manos a la cabeza como
cuando ocurre en el corral europeo o americano. La alteridad, el odio y el
miedo al otro, a los fundamentalistas islámicos, canalizan bien las insatisfacciones de
nuestras frustraciones occidentales. Ya ha pasado muchas veces en la Historia,
los chivos expiatorios son un buen recurso de catarsis colectiva, sobre todo si
hay víctimas.
Los fines de año, como todos los ritos de paso y de
integración colectiva que buscan el afianzamiento de los códigos de pertenencia
culturales me producen risa, una risa macabra por lo irónico que resultan.
Algunos de estos ritos sirven para renovar los compromisos grupales para el
futuro, pero otros simplemente se
repiten mecánicamente como autómatas que deciden por las voluntades humanas.
Estados alienables del homo sapiens actual. Me resulta hasta curioso que la
jodida moda que se propaga tanto por las redes sociales, y empieza a hacerse
epidémica en muchos ámbitos locales, los
mannequin challenge , esté coincidiendo con ese
proceso de deshumanización progresiva. Los maniquíes toman la realidad, y nos
relegan a los humanos a meros pretextos, inactivos seres que sólo posan,
posturean en esta sociedad del trampantojo, de la apariencia más banal y
chabacana. Donde los programas de morbo reality disparan audiencias, y la televisión
se ha convertido en una ventana a la realidad virtual acorde con efectos especiales
de nuestro cine más 4.0
No, no creo en los deseos de fin de año, porque son como
esos trastos y bártulos inútiles que se echan a un pozo airón; son
demostraciones de convenciones circenses de este circo mediático y compulsivo
en el que han convertido las celebraciones. Cuando a éstas se les ha privado
del verdadero sentido y esencia: celebrar la vida es solidarizarse con el
trabajo compartido por cada uno en pos del común, en el camino cotidiano de la
realidad que tira hacia la historia de las mujeres y hombres que luchan por sus
destinos, y no ponen en manos de empresas de multimedia, en cadena de consumo desbocado
y en poderes políticos títeres las
esperanzas de un año mejor, mientras nos joden la vida, el trabajo como medio y
no como fin, la familia, el arte, la
belleza, a Dios y la esperanza en el mañana. Sí creo que los comienzos de cada
año son oportunidades para revisarnos y crecer como hombres y mujeres
responsables de nuestro futuro, propietarios de nuestro libre albedrío y no
maniquíes de youtube.
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