martes, 8 de agosto de 2017


EL POTRI

       Nada de lo que aquel pastor contaba me sorprendía. Nada. Y no porque supiera de antemano lo que aquel relato iba a traer de sorprendente, dejándome llevar por las sensaciones más perentorias de un viajero en la montaña. No. A medida que desgranaba su historia, aderezada de palabras recias, palabras fuertes, palabras llenas de viento y lluvia, me acudía como un torrente a la memoria la imagen de aquel Perseo de la pintura, el artista forjado en el arrullo embriagador de la Floresta, en los páramos y marjales, lagunas y elevados picos de accidentado perfil. Era ésa precisamente, y no otra, la inexorable evocación que mi mente de urbanita provinciano se atrevía a dibujar mientras el anciano sabio de las cañadas oscuras se abría en canal con su elocuencia atávica. 
       Y fue ese pintor de mis recuerdos, Ojea conocido para el vulgo mortal que aquí penamos, el que pronto se encumbró en olímpicos montes de los elegidos. Sólo en el Parnaso de los artistas tienen cabida los genios creadores. Los que toman la realidad como pretexto para escribir versos con pinceles, Ut pictura poesis. Que si la vida eclosionada en un millón de formas tiene un sentido, éste se comprende por la capacidad de observar lo que tenemos. Y Ojea sabía ojear, precisamente, porque su mirada de avezado ornitólogo, le había permitido enfocar sus acuarelas con un objetivo de vida. No eran sus dibujos ni pinturas meras ilustraciones para exornar páginas de libros sobre naturaleza. Cada una de sus obras era un alegato por la belleza de lo creado, la multiforme expresión de la más preciosa de las canciones: la del universo. Así, en un lince, un águila, un petirrojo o en la nutria que plasmaba con sus pinceles se reunía la generosidad con la maestría. Y la refinada técnica del dibujante y pintor se sustraía a la más elevada lección de humildad. Quien aprende a mirar el mundo como un poema, lleva la belleza en su alma. 
       Ojea, el Potri para los amigos, fue un eremita en medio de las utopías perdidas. Fue un profeta de la natura arcádica, de los paraísos sometidos a la especulación del vil metal. Pero fue ante todo, un honesto defensor de la vida, y hasta en sus últimas vivencias de dolor, la muerte parece que jugó su partida de ajedrez con el caballero. Recuerdo que en los años de jovialidad adolescente compartimos momentos y vivencias, donde siempre se explayaba con irónico gracejo en pos de las luchas por la supervivencia del tan amenazado ecosistema.
     No creo que Ojea sea un artista en celestiales instancias que vaya a dejar su vocación. Allí plasmará con su más bello pincel el brillo de estrellas fulgurantes; y una noche, cuando miremos el infinito firmamento, una luz nos guiñará un parpadeo y allí estará el Potri con su mejor sonrisa, esa que siempre tuvo y que ahora nos acompaña. Hasta siempre viejo amigo. 

C.P.
Agosto 2017