RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 7: El héroe
Acudió justo cuando el tren estaba a punto de partir.
Llevaba en su maleta veinte kilos de sueños, un abrigo raído por el tiempo de
su impaciencia, y un sombrero que le cubría la temprana senectud. Siempre había
imaginado aquel instante como un momento de pompa y circunstancia, mientras
sonaba la marcha británica de Elgar, y con viajeros, empleados del ferrocarril,
maleteros, mozos de carga, todos, haciendo filas flanqueando su marcha hasta el
vagón. Dando vítores al héroe que en otro tiempo había salvado a la ciudad de
su idiotez. Aquel prohombre casi homérico, que había luchado contra los agentes
de la terca necedad, los implantadores de falsas ilusiones, los vendedores de
cielos de humo, los constructores de teorías sin cimientos, los arrebatadores
de instantes felices. Contra estos últimos tuvo un especial empeño: tuvo que
ingeniárselas para engañarlos y sustraerles el saco de las felicidades que
durante un año habían robado a los habitantes de la ciudad sin alma. Una mancha
de aceite de cariñosa mirada reflejó la cara exultante del héroe al pasar por
la calle del Bienestar, que, en aquellos momentos, se encontraba llena de lánguidas
lámparas de tristeza.
Un
perro escuálido que se llamaba a sí mismo Diógenes hacía alarde de su virtuosa
pobreza declamando versos en griego y el héroe comprendió que la virtud se
encontraba tirada por el suelo en aquella ciudad del oropel y la brillantina. Corrió
veloz a la plaza del consistorio donde las autoridades se habían reunido en
cónclave macabro para mejor debatir el futuro de tan aguerrido personaje, el
atlante que se había atrevido a cambiar los colores de la ciudad. Mucha
preocupación se reflejaba en los rostros de los honrados ciudadanos. Tras un
duro debate decidieron provocar su huida de Urbegris. Elementos cómo este no
necesitaba la comunidad.
El
héroe de la maleta aceptó triste la decisión. No quiso enarbolar más la bandera
del color en aquella oscura de cueva de grajos pintados con máscaras.
Y en el
mismo momento que el tren partió con su viajero y maleta, la ciudad que ahora
presentaba hermosa una sinfonía de colores, se fue apagando de su cromática
ilusión. Y todo volvió como antes… al reino de la idiotez.