viernes, 21 de septiembre de 2018


RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 7: El héroe
         Acudió justo cuando el tren estaba a punto de partir. Llevaba en su maleta veinte kilos de sueños, un abrigo raído por el tiempo de su impaciencia, y un sombrero que le cubría la temprana senectud. Siempre había imaginado aquel instante como un momento de pompa y circunstancia, mientras sonaba la marcha británica de Elgar, y con viajeros, empleados del ferrocarril, maleteros, mozos de carga, todos, haciendo filas flanqueando su marcha hasta el vagón. Dando vítores al héroe que en otro tiempo había salvado a la ciudad de su idiotez. Aquel prohombre casi homérico, que había luchado contra los agentes de la terca necedad, los implantadores de falsas ilusiones, los vendedores de cielos de humo, los constructores de teorías sin cimientos, los arrebatadores de instantes felices. Contra estos últimos tuvo un especial empeño: tuvo que ingeniárselas para engañarlos y sustraerles el saco de las felicidades que durante un año habían robado a los habitantes de la ciudad sin alma. Una mancha de aceite de cariñosa mirada reflejó la cara exultante del héroe al pasar por la calle del Bienestar, que, en aquellos momentos, se encontraba llena de lánguidas lámparas de tristeza.
                Un perro escuálido que se llamaba a sí mismo Diógenes hacía alarde de su virtuosa pobreza declamando versos en griego y el héroe comprendió que la virtud se encontraba tirada por el suelo en aquella ciudad del oropel y la brillantina. Corrió veloz a la plaza del consistorio donde las autoridades se habían reunido en cónclave macabro para mejor debatir el futuro de tan aguerrido personaje, el atlante que se había atrevido a cambiar los colores de la ciudad. Mucha preocupación se reflejaba en los rostros de los honrados ciudadanos. Tras un duro debate decidieron provocar su huida de Urbegris. Elementos cómo este no necesitaba la comunidad.
                El héroe de la maleta aceptó triste la decisión. No quiso enarbolar más la bandera del color en aquella oscura de cueva de grajos pintados con máscaras.
            Y en el mismo momento que el tren partió con su viajero y maleta, la ciudad que ahora presentaba hermosa una sinfonía de colores, se fue apagando de su cromática ilusión. Y todo volvió como antes… al reino de la idiotez.

martes, 12 de junio de 2018

RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 6: LA CIUDAD SIN ALMA

         Lo peor de la ciudad es que te vomita sus ensueños cuando tú estás menos preparado. Cuando te deslizas por sus líneas de correcciones blancas y amarillas, cuando te acoges a sus brazos de madre indolente pero atenta, cuando te empeñas en verla como patria de libertades de piedra. Te vomita su expresiva inhumanidad en el momento que más la necesitas. Cuanto más intentas aferrarte a sus pechos de matrona cual lactante desprotegido más te desprecia con sus grises canciones de indiferencia. Y las calles se convierten en ríos de muerte congelada, y las avenidas son lenguas de lava ardiente de desidia, de silencios aterradores. Y las plazas no son plazas de vida y comunión, son anfiteatros destinados a la lucha voraz con el vecino, donde las fieras de la ira ejecutan sus sangrientos juegos. Y los parques ya no verdean con florestas de vida y esperanza, sólo son junglas del hastío y lo proscrito, escondites de poetas perseguidos por tener el verbo fino y cortante. El río no es agua, es plomo, un glaciar de tormentos congelados en hídrica apariencia, donde los peces no son peces, si no pecados colectivos convertidos en seres inertes…y el sol de poniente ya no está para dorar las tardes de los ancianos si no para abrasar los futuros de los niños que no son niños, son sólo clones de verdades disfrazadas. La ciudad se enseñorea como Saturno que devora a sus hijos… y cada noche hace un festín con deliciosos manjares donde los comensales son las bestias del dinero que no se sacian; y acuden al banquete las rapiñas de las medias verdades y el engaño, los señores del mañana, no del ahora, trampantojos con vestidos de luces que tapan las oscuridades de su alma con fuegos de artificio digitales.
Y caen las hojas del álamo herido…en el extremo de la ciudad sin nombre, la ciudad sin alma.

RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 5: LA ESQUINA

                Señor, señor…por favor…me puede ayudar a doblar la esquina… es que no puedo, es demasiado grande… ¡y a mi edad!
         El caballero de traje negro y cartera de cuero con logotipo comercial en letras doradas no daba crédito a lo que aquella anciana mal vestida y desaliñada le estaba diciendo. Lo achacó a algún desajuste psíquico de la señora. Será una de esas pobres locas del internado de la calle 34 que se ha extraviado. Pero yo ¿qué puedo hacer? Estas cosas deberían estar bajo el control de los servicios sociales o las asistencias del ministerio de los asuntos del común. Para eso pagamos impuestos, para que este tipo de personas no estén en la calle molestando, y que se les ingrese en esos centros de cuidados para individuos con trastornos…en el fondo son un peligro…porque me estoy imaginando qué pasaría si esta señora anciana se pusiera ahora a molestar a todos los ciudadanos responsables como yo que estamos trabajando, que estamos inmersos en este proceso de creación riqueza para que el producto interior bruto de nuestra patria sea más alto…
Estas cosas me enervan…no puedo soportar que haya tan mala política con estos asuntos, después del presupuesto que se supone que el gobierno dedica a estos temas. Además, no entiendo por qué dice que quiere doblar la esquina y que le ayude.
-Ayúdeme, joven…la esquina es demasiado pesada…
-Pero ¿por qué quiere usted doblar la esquina? Puede usted sin ningún problema pasar a la otra calle.
-No, no puedo, hay que doblarla –insistió la tenaz anciana.
El caballero estaba empezando a perder la paciencia. Tanta locura le sacaba de quicio. Una mujer que había perdido el juicio le estaba pidiendo que doblara la esquina…qué cosa más absurda. Dispuesto a zanjar el asunto le dijo muy seriamente: “señora, la esquina está ya doblada y no necesita que la doble ni usted, ni yo ni nadie. Por eso son esquinas, porque están dobladas a dos calles…lo siento pero ahora sigo mi camino que tengo mucha prisa”
-Cuidado joven con la esquina…que no está doblada! –le gritó de nuevo la anciana.
Y un segundo después, el señor del traje negro moría aplastado contra el muro. Había creído que allí se abría una nueva calle, justamente donde la sabia mujer le estaba indicando que había que doblar la esquina para poder pasar.

El tiempo



Desde que salió por aquella puerta estrecha del callejón lateral del edificio, Luis no había mirado hacia atrás en ningún momento. No entendía la cansina obsesión de Claudia por recordar siempre el pasado, atisbar el rastro de nuestros pasos en la lejanía, ahondar en las causas, en los precedentes. Ella se dejaba abrazar por la brisa del recuerdo en medio de las tempestades del presente. Esa suave y cálida sensación de que todo el tiempo pasado fue mejor. Pero Luis no lo sentía ni lo veía así. Luis era más pragmático y había aprendido a formar voluntades en el presente, y le preocupaban más los efectos y las consecuencias que las causas. Quizá fue aquel día al pasar por la calle del Molino Viejo cuando lo vio más claro: la voluntad te lleva a crear el tiempo venidero… sin tu voluntad y tu deseo el tiempo no vendrá porque el tiempo no existe al menos que tú lo vayas creando.
Tonterías –le dijo Claudia. El tiempo es y será siempre inexorable, a pesar de ti, de mí y de todos. No pretendas jugar con él porque el tiempo es la silueta del espacio que conoces.
         Aquella reflexión de Claudia le dejó perplejo, pero a pesar de todo no cejó en su empeño
-Adelante siempre, Claudia, siempre adelante… y en cada respiración un segundo más que le quitas al tiempo, y lo creas por tu voluntad. Así, partícula a partícula, tu realidad se irá formando y entenderás cómo funciono. Lo de ayer no existe, ni lo del futuro menos.
         En ese preciso instante, Luis daba las doce con insistentes golpes de campana, recordando doce veces que sólo el uno es lo que vale y esencial, lo demás es repetir.