El tiempo
Desde que salió por
aquella puerta estrecha del callejón lateral del edificio, Luis no había mirado
hacia atrás en ningún momento. No entendía la cansina obsesión de Claudia por
recordar siempre el pasado, atisbar el rastro de nuestros pasos en la lejanía,
ahondar en las causas, en los precedentes. Ella se dejaba abrazar por la brisa
del recuerdo en medio de las tempestades del presente. Esa suave y cálida
sensación de que todo el tiempo pasado fue mejor. Pero Luis no lo sentía ni lo
veía así. Luis era más pragmático y había aprendido a formar voluntades en el
presente, y le preocupaban más los efectos y las consecuencias que las causas.
Quizá fue aquel día al pasar por la calle del Molino Viejo cuando lo vio más
claro: la voluntad te lleva a crear el tiempo venidero… sin tu voluntad y tu
deseo el tiempo no vendrá porque el tiempo no existe al menos que tú lo vayas
creando.
Tonterías
–le dijo Claudia. El tiempo es y será siempre inexorable, a pesar de ti, de mí
y de todos. No pretendas jugar con él porque el tiempo es la silueta del
espacio que conoces.
Aquella reflexión de Claudia le dejó
perplejo, pero a pesar de todo no cejó en su empeño
-Adelante
siempre, Claudia, siempre adelante… y en cada respiración un segundo más que le
quitas al tiempo, y lo creas por tu voluntad. Así, partícula a partícula, tu
realidad se irá formando y entenderás cómo funciono. Lo de ayer no existe, ni
lo del futuro menos.
En ese preciso instante, Luis daba las
doce con insistentes golpes de campana, recordando doce veces que sólo el uno
es lo que vale y esencial, lo demás es repetir.
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