martes, 12 de junio de 2018

RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 5: LA ESQUINA

                Señor, señor…por favor…me puede ayudar a doblar la esquina… es que no puedo, es demasiado grande… ¡y a mi edad!
         El caballero de traje negro y cartera de cuero con logotipo comercial en letras doradas no daba crédito a lo que aquella anciana mal vestida y desaliñada le estaba diciendo. Lo achacó a algún desajuste psíquico de la señora. Será una de esas pobres locas del internado de la calle 34 que se ha extraviado. Pero yo ¿qué puedo hacer? Estas cosas deberían estar bajo el control de los servicios sociales o las asistencias del ministerio de los asuntos del común. Para eso pagamos impuestos, para que este tipo de personas no estén en la calle molestando, y que se les ingrese en esos centros de cuidados para individuos con trastornos…en el fondo son un peligro…porque me estoy imaginando qué pasaría si esta señora anciana se pusiera ahora a molestar a todos los ciudadanos responsables como yo que estamos trabajando, que estamos inmersos en este proceso de creación riqueza para que el producto interior bruto de nuestra patria sea más alto…
Estas cosas me enervan…no puedo soportar que haya tan mala política con estos asuntos, después del presupuesto que se supone que el gobierno dedica a estos temas. Además, no entiendo por qué dice que quiere doblar la esquina y que le ayude.
-Ayúdeme, joven…la esquina es demasiado pesada…
-Pero ¿por qué quiere usted doblar la esquina? Puede usted sin ningún problema pasar a la otra calle.
-No, no puedo, hay que doblarla –insistió la tenaz anciana.
El caballero estaba empezando a perder la paciencia. Tanta locura le sacaba de quicio. Una mujer que había perdido el juicio le estaba pidiendo que doblara la esquina…qué cosa más absurda. Dispuesto a zanjar el asunto le dijo muy seriamente: “señora, la esquina está ya doblada y no necesita que la doble ni usted, ni yo ni nadie. Por eso son esquinas, porque están dobladas a dos calles…lo siento pero ahora sigo mi camino que tengo mucha prisa”
-Cuidado joven con la esquina…que no está doblada! –le gritó de nuevo la anciana.
Y un segundo después, el señor del traje negro moría aplastado contra el muro. Había creído que allí se abría una nueva calle, justamente donde la sabia mujer le estaba indicando que había que doblar la esquina para poder pasar.

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