RELATOS DEL RINCÓN HOMÉRICO 5: LA ESQUINA
Señor, señor…por favor…me
puede ayudar a doblar la esquina… es que no puedo, es demasiado grande… ¡y a mi
edad!
El caballero de traje negro y cartera
de cuero con logotipo comercial en letras doradas no daba crédito a lo que
aquella anciana mal vestida y desaliñada le estaba diciendo. Lo achacó a algún
desajuste psíquico de la señora. Será una de esas pobres locas del internado de
la calle 34 que se ha extraviado. Pero yo ¿qué puedo hacer? Estas cosas
deberían estar bajo el control de los servicios sociales o las asistencias del
ministerio de los asuntos del común. Para eso pagamos impuestos, para que este
tipo de personas no estén en la calle molestando, y que se les ingrese en esos
centros de cuidados para individuos con trastornos…en el fondo son un
peligro…porque me estoy imaginando qué pasaría si esta señora anciana se
pusiera ahora a molestar a todos los ciudadanos responsables como yo que
estamos trabajando, que estamos inmersos en este proceso de creación riqueza
para que el producto interior bruto de nuestra patria sea más alto…
Estas
cosas me enervan…no puedo soportar que haya tan mala política con estos
asuntos, después del presupuesto que se supone que el gobierno dedica a estos
temas. Además, no entiendo por qué dice que quiere doblar la esquina y que le
ayude.
-Ayúdeme,
joven…la esquina es demasiado pesada…
-Pero
¿por qué quiere usted doblar la esquina? Puede usted sin ningún problema pasar
a la otra calle.
-No,
no puedo, hay que doblarla –insistió la tenaz anciana.
El
caballero estaba empezando a perder la paciencia. Tanta locura le sacaba de
quicio. Una mujer que había perdido el juicio le estaba pidiendo que doblara la
esquina…qué cosa más absurda. Dispuesto a zanjar el asunto le dijo muy
seriamente: “señora, la esquina está ya doblada y no necesita que la doble ni
usted, ni yo ni nadie. Por eso son esquinas, porque están dobladas a dos
calles…lo siento pero ahora sigo mi camino que tengo mucha prisa”
-Cuidado
joven con la esquina…que no está doblada! –le gritó de nuevo la anciana.
Y
un segundo después, el señor del traje negro moría aplastado contra el muro.
Había creído que allí se abría una nueva calle, justamente donde la sabia mujer
le estaba indicando que había que doblar la esquina para poder pasar.
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