jueves, 9 de abril de 2020


CRÓNICAS DEL CLAUSTRO:  Teoría de la relatividad

En cada átomo de impaciencia
se encuentra una sonrisa.
En cada electrón de entendimiento
un destello de compasión.
Si el movimiento de los astros
ha sugeridos teorías
sobre el tiempo y el espacio,
a pensadores, científicos y filósofos,
yo, mirando el cielo de las noches claustrales,
también tengo una:
Si esas estrellas y cuerpos cósmicos decoran
mi cúpula nocturna,
¿por qué no pensar que un farolero sube cada
anochecer a colocarlas, para hacernos más
bonito ese manto oscuro que nos encanta?
Siempre llego tarde a la cita,
y me pierdo cómo este mago sideral
va poniendo aquí y allá esos hermosos puntos de Luz.
Algunos dirán, eso es relativo,
pues la distancia y el tiempo...
y todo eso de la teoría de la Relatividad.
Pero seguro que a Alberto Einstein, se le ocurrió hablar
de la energía, la masa y la velocidad
después de acompañar durante una noche
al farolero universal, mientras iba encendiendo sus
celestiales luminarias.
Esto, lógicamente, no pudo decirlo nunca.
No podía desvelar el secreto.
Pero, yo tuve la suerte encontrar
una fotografía en la que se ve a los dos,
a punto de iniciar el viaje interestelar.
Aquella noche, el genio Alberto, vio cómo se podía
sembrar belleza en un campo de armonía cuántica.
Por eso, todas las noches miro
con la esperanza de pillar al gran arlequín de las luces
poniendo esos puntitos de esperanza.
¿Lo conseguiré?

C.P. abril 2020


lunes, 6 de abril de 2020


CRÓNICAS DEL CLAUSTRO: Las perlas del silencio

En medio de los retiros obligados el gato de la rutina se ha establecido en la ventana. Desde allí observa con ojos sempiternos los leves vuelos de gorriones y mirlos, y el aleteo escandaloso de las tórtolas y palomas urbanas. Esas aves tienen el resabio de la ciudad, comprenden que las calles y plazas son campos forjados en la mente de esos otros seres a los que intuyen pero no comprenden. Esos seres que somos los que dormitamos en el territorio gatuno, agazapados en los salones, dormitorios, cuartos y cocinas. En ese fluir de entes encerrados en una intestina masa de ladrillo y hormigón.
Ahora que los virus microscópicos nos acechan se establece una magnífica paradoja: estamos hechos para combatir a seres y amenazas de gran tamaño pero no podemos apenas valernos para hacer frente al embate de los microseres que pululan por el aire.
¡Qué contrariedad! Y esa es la reflexión que el gato Ulises me hace desde su rincón de señor del tiempo: seréis muy fuertes para algunas cosas, criaturas soberbias y engreídas, pero no soportáis el ataque en el microespacio. Lanzáis vuestra inteligencia hacia el macrocosmos pero os cuesta controlar las paradojas de los microcosmos.

Hoy me he sentado frente a Ulises, mientras ambos miramos por el balcón el concierto ornitológico de los paseriformes en torno a migas y trozos de pan que, graciosamente, se me ha ocurrido regalarles. Yo estoy seguro de lo que pienso, pero no lo estoy tanto de lo que está pensando Ulises. No sé si sólo ve comida en los pequeños gorriones y verderones o simplemente mira, con esa mirada estoica que suele caracterizar a los felinos.
Cada minuto que paso junto a él son perlas del silencio, verdaderas joyas de sentir el ahora, el ser del momento, el disfrute del instante que se fuga, la inaprensible mutación del momento. Tan valiosos son los ingrávidos fragmentos del tiempo, como perlas en un mar de silencio.
Después de un par de horas, vuelvo a coger el libro de Apuleyo El Asno de Oro, y me recreo con las aventuras de la literatura latina; mientra Ulises, en su largo peregrinar en el mediterráneo de mi casa imaginaria, sigue su periplo para volver a su Itaca. ¿Nos encontraremos en el camino?

CAESAR
Abril 2020