sábado, 1 de julio de 2023

 

Cuando se empieza por los cómicos…

 

Una terca obsesión de los ultramontanos es prohibir las voces que hagan pensar, que hagan reflexionar sobre la vida, que nos ayuden a construirnos y reconocernos como personas. La reciente censura y prohibición por parte del consistorio  en Valdemorillo de la obra Orlando, basada en el texto de Virginia Woolf, es sólo un destello funesto de lo que puede llegar a ser la “nueva ola” de la intolerancia, la incultura, la falta de sensibilidad y por supuesto, el posicionamiento político de tendencia fascista.  Es altamente llamativo que las primeras medidas de implantación del nuevo “régimen” tienen que ver con la supresión y eliminación de espacios políticos y de derechos en áreas imprescindibles como la igualdad, la mujer, la negada violencia de género, etc; pero también, como estamos viendo, con el ámbito cultural. Y como ha solido pasar en los tiempos de intolerancia y talantes dictatoriales los cómicos eran de los primeros en ser criminalizados.

Porque hay muchas formas de criminalizar a los agentes sociales y culturales, y una de ellas es negándoles la posibilidad real de expresión, oral, artística, visual, escrita o dramática. Y es sabido que el teatro siempre ha sido un elemento molesto para el poder. Porque pone en evidencia, como en un espejo, sus pecados, sus oscuridades y resortes antiéticos.

Se nos podrá decir que existe un teatro perfectamente compatible con el planteamiento ideológico de los partidos que sostienen ese tipo de políticas. Teatro incluso de corte popular, muy “inocente” en su concepción, donde las tramas, personajes y temas aludidos están siempre en sintonía con los discursos más conservadores –incluso religiosos- que apuntalan los pilares de esa sociedad de “gente de bien” que creen en los valores tradicionales de la familia, la patria, el rey y Dios. Su esencia radica precisamente en buscar la “desideologización” del producto cultural, en este caso dramático. El teatro tendencioso que según ellos huele a progresismo izquierdista, hay que evitarlo. El pueblo sometido y “votante” no necesita de discursos que alteren la “paz social” que, según ellos, radican en el mantenimiento de las costumbres patrias más arraigadas que han conformando nuestro ser “nacional”. De ahí el empeño de favorecer constantes culturales perfectamente superadas (toros, folklorismo mal entendido, la tergiversación revisionista de la historia, etc.) porque además son tópicas, inventadas y, por supuesto, tipificadas como esenciales de la cultura española cuando precisamente han sido producto de lo que decía Hobsbawn, la invención de la tradición.

Precisamente, un autor de teatro clásico, el romano Terencio acuño aquella frase de “Nada de lo humano me es ajeno”; como actor, autor y director teatral me preocupa mucho esta dinámica que ha abierto una brecha cuyas consecuencias y secuelas es imposible predecir. Son muchas las voces que se levantan contra este tipo de atropellos, más propios de pretéritas épocas que creíamos superadas. Pero desgraciadamente hay un sector importante de población y consumidores de cultura que lo asumen sin sentido crítico y hasta lo verán conveniente.

Pero es que prohibir, censurar y evitar la representación de una obra con lo que eso conlleva es un acto de felonía social. Porque más allá de si esas obras tienen un mensaje progresista, homosexual, libertario, ecológico, filorrepublicano, feminista, o de cualquier otro cariz que puedan encontrar como amenazante a sus “valores tradicionales”, el teatro debe ser libre para expresar siempre lo que autores y autoras han expresado después de una reflexión sobre nuestra condición humana, nuestras sombras y nuestras luces, los pecados y virtudes que tanto a nivel personal como colectivo nos definen. Por eso, ese asunto va más allá de si estamos hablando de teatro progresista o conservador, rojo o facha. Negar el teatro y su dialéctica con el público, oyente, sintiente y pensante, es negarnos nuestro derecho, y yo diría deber, como especie inteligente, al desarrollo intelectual y espiritual. Pero, claro, a lo mejor eso es lo que se persigue, eliminar los espacios, ocasiones y herramientas para pensar y crear consciencia. Esa ha sido siempre su táctica.

Por ello pido a colectivos, asociaciones, grupos, autores, agentes culturales y creadores  que no dejemos perder ni un paso de lo conseguido en las libertades de expresión y creación. No es la panacea lo que teníamos pero al menos los cauces y caminos estaban abiertos, sin cortapisas y sin censuras. NO A LA CENSURA TEATRAL, NI ARTÍSTICA, NI CULTURAL.

César Pacheco

29 Junio 2023.