La camisa blanca de la esperanza
Encerrado en un crisol de pensamientos el anciano se sacude el polvo de la desidia. Dos
policías arrastran a un activista que
reclama con voz estridente una justicia que nunca llega. Mientras en un bar
próximo, entre nubes de lo cotidiano y lo grasiento, tres parroquianos escuchan
como autómatas el televisor de plasma, donde se ha plasmado el mismo argumento
político de los últimos tiempos. Un señor de corbata y trajeado declama
intenciones de mejorar el estado de los españoles, y a continuación, un nuevo
caso de corrupción. Un intrépido gestor de la res pública ha sido pillado in
fraganti cuando trataba de deshacerse de cientos de documentos que le
inculpaban.
Las noticias se han convertido en un rosario monótono,
letanía de despropósitos de este corral de pícaros, sanchescos estómagos que
medraban a la luz del día y en el hospicio de la noche oculta. Los quijotes
están en las calles organizando asambleas
con ciudadanos que no llegan a fin de mes y viven del cuéntame y el “qué
te contaré que no sepas”, y los famosos se revuelven en su excrementicia
vanidad al tiempo que algunos preparan barbacoas, saraos y fiestas de lujo, y
otros se enfundan la ropa de presidiarios, pero eso sí con un gran coro de palmeros
mediáticos para que quede claro a dónde vamos.
Y el país agoniza entre desahucios a ancianas, informes de
capital acumulativo, desconcierto en la banca si no gana, un juego del
escondite entre las dos cabezas de león del congreso para ver quién de los dos
es menos corrupto, mareas de esperanza en el paraíso alternativo que chocan con
la barreras de la inercia de la España de la marcha atrás. La camisa blanca de
la esperanza ibérica se ha manchado de
tinta… ¿de qué color es? Sólo el demiurgo de la aurora lo sabe.
CAESAR
Noviembre 2014
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