lunes, 12 de marzo de 2012

DON PABLO, EL PADRINO, R.I.P.


Líbreme Dios de considerarme perfecto y puro, sin mácula, como reincidente en mis errores que soy. El día que así me considerase sería un necio o un insensato. Sabiéndome pues hombre que yerra y se declara limitado, no por ello me niego a desaprovechar  mi derecho a la opinión y a la crítica. Sobre todo cuando de acciones y políticas de personajes públicos se refiere. En las últimas semanas he asistido atónito al desglose de panegíricos y alabanzas a la figura del difunto Pablo Tello, el que fuera alcalde de Talavera en gran parte de la década de 1980. La consabida costumbre, muy española, de llenar de virtudes el recorrido público de los políticos difuntos se me antoja un ejercicio de irresponsabilidad con la memoria, una falta de equidad con la verdad histórica contrastada, y una actitud farisaica muy propia de nuestra sociedad con esa moral tan hipócrita que nos caracteriza.
                Sé que estas líneas levantarán ampollas en muchos sectores de opinión de la clase política local, tanto de posicionamientos de la llamada por el certero teólogo González Faus “izquierda de plástico” como de aquellos que abrazaron el populismo progresista en aras del desarrollo desbocado y a cualquier precio. Pero en conciencia debo levantar mi más rotunda voz de desacuerdo con esa especie de hagiografía que se ha confeccionado en torno a Tello. Con todos los respetos que su persona me merece como tal, no por ello puedo dejar de manifestar y recordar la serie de atropellos, barbaridades y despropósitos que en su calidad de alcalde cometió. Y no me refiero únicamente a determinadas medidas que como político tomara en una línea concreta de su partido, y con una idea clara de ciudad que pasaba por encima de las ideas de otros sectores que también tenían qué decir. Su propio talante despótico, dictatorial y megalómano le valió no pocos enemigos, y muchas polémicas. Creó un halo de liderazgo en torno a sí que se fue forjando a costa de un populismo que se apoyaba en las clases medias de esta ciudad, que recibieron cualquier obra pública como una bendición providencial de la nueva época del socialismo que iba a sacar del atraso decimonónico a ciudades como esta nuestra de Talavera, que arrastraba el lastre casposo del régimen anterior mezclado con el conservadurismo de los agentes económicos más atroces. Fue el tiempo en que nuestros pueblos se vieron privados de un rico patrimonio arquitectónico tradicional por edificios estilo “psoe” del ladrillo y el hormigón, creados en serie e ignorando la idiosincrasia de cada lugar y sus legados. Había que modernizar la España rural y dotar de medios y servicios a los pueblos, a costa de lo que fuese. Y la modernización acelerada se convirtió en postmodernidad.
                Don Pablo Tello tuvo en efecto una idea de ciudad muy clara, pero en esa idea la cultura y el patrimonio no tuvieron cabida. Parece como si el ínclito edil hubiera tenido el talento de hacer irreconciliable el proletariado con las clases intelectuales y culturales. Si hubo algún acercamiento, que no lo niego que los hubo, estuvo marcado por una prepotencia propia del poderoso que tiene cuerpo de hierro pero pies de barro; aquel que intenta disimular sus carencias con una política de diseño con línea demagógica.  
                Hoy a la vuelta de los años y haciendo un análisis objetivo del asunto, aquellos años del “reinado” de don Pablo supusieron la eliminación de una buena parte de nuestro patrimonio histórico, de edificios emblemáticos y simbólicos de la historia de la ciudad como la Cárcel de la Santa Hermandad en la calle Mesones, dando a cambio a esa modernidad talaverana una horrible plaza de Zamora. Con ello se privó a la ciudad de un bello ejemplo de arquitectura civil mudéjar del siglo XV y XVI. Escándalo que fuera recogido incluso en la prensa nacional. El binomio Tello-Resty acarreó una letal cangrena para la ciudad histórica, que vino a rematar la ya maltrecha situación que había quedado tras los catastróficos efectos del desarrollismo de los años 60 y 70.
                La idea de ciudad telliana era una ciudad de los estudios Cinecitá, de cartón piedra. Donde lo aparencial sustituía a lo auténtico; se buscaba el efectismo por encima de la naturaleza. Y un día se le ocurrió que la centenaria alameda del Tajo estaba ya enferma y había que sustituirla por una nuevo parque más “moderno” donde en inmensas superficies de césped correrían ardillas como las había visto en el Central Park de New York… ¡Qué interesante perspectiva se nos abría a los talaveranos!
                Más allá de su inconmensurable talante dictatorial creó toda una clientela que como un ejército de paniaguados surgieron de la noche a la mañana con carné del partido de turno como empleados municipales…era el milagro de los panes y los “pecoes”. Los que no estábamos en su línea ni tragábamos con lo que se hacía éramos  demonizados, y criminalizados, sufriendo las afrentas de los que orgullosos se sentían los paladines del progreso más retrógrado.
                Confío, como creyente, que el buen Dios lo haya recibido en su seno; perdonémosle  su ignorancia y necio atrevimiento, pues eso ya forma parte del viento y la nada. Pero la huella que dejamos a nuestro paso no se borra y es función de la memoria, de esa memoria histórica tan llevada y traída, el procurar que esta parte de la historia se conozca y se identifique a los  responsables. Es por salud colectiva. R.I.P.
César Pacheco
Febrero 2012

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